En los últimos años, las API (Application Programming Interfaces, o interfaz de programación de aplicaciones en español) han llegado a nuestras vidas con mucha fuerza, tanto si estamos al tanto de ellas o no. Básicamente y explicado en términos muy sencillos, son protocolos que establecen reglas para que una aplicación o programa se comunique con otro.
Es una herramienta que no vemos pero que siempre está actuando en segundo plano, haciendo que nuestras aplicaciones hablen entre sí para simplificarnos alguna tarea. Algunos de los ejemplos más conocidos son cuando elegimos abrir una cuenta en algún lado y nos ofrece “Iniciar sesión con Facebook”, por ejemplo. En ese caso, esa aplicación tiene una API que interactúa con la aplicación de Facebook y comparte la información de inicio de sesión, para que no tengamos que escribir todo de manera manual. También muchas aplicaciones de registros gubernamentales usan APIs para que sus webs se comuniquen con nuestras cámaras, por ejemplo, y así poder verificar nuestra identidad a la hora de hacer algún trámite.
Estas herramientas también sirven para ahorrarle tiempo a los desarrolladores. PayPal y otras empresas de pagos online, por ejemplo, tienen empaquetadas sus APIs de control de stock y pagos y se la ceden a un cliente una vez contratados sus servicios. Así, muchísimas APIs genéricas pueden ser contratadas de manera eficiente, armando nuestra web o app a nuestro gusto y sin tener que programar todo desde cero.
Las API son una forma eficiente y rápida de conseguir que nuestras aplicaciones o programas consigan la información que necesitan lo más rápido posible, y eso para el usuario se traduce en tiempo ahorrado.